Lo haces porque sabes que a ella
le molesta. Crujes los nudillos acodado sobre la mesa mientras esperas a que el
camarero os retire los platos y os traiga el postre.
Jimena
es capaz de hablar sin pronunciar palabra y tú conoces a la perfección ese lenguaje
escondido detrás de sus gestos y ademanes. Ella ha guardado un mohín serio y
distante, ni si quiera te mira a los ojos cuando te diriges a ella y cuando
ella lo hace hacia ti lo hace pronunciando rápidos monosílabos para ahorrarse
malgastar saliva contigo. Y lo sabes:
está enfadada. Y por algo que desconoces, aunque podrías imaginarte más de una
o dos razones. Has intentado bromear, inútilmente. Incluso te has anticipado a
los hechos y la has invitado a cenar al Mario’s, que sabes que es uno de
sus restaurantes preferidos, pero ella no ha dado señales de agradecimiento ni
de alegría, ni si quiera se ha maquillado para la ocasión, expresando un cierto
desaire hacia la velada. Ya no sabes qué hacer y sólo se te ocurre algo
estúpido.
-¿Te
ocurre algo? –preguntas. Casi no has podido pronunciar las palabras con
contundencia debido a la falta de confianza que se despierta en ti cuando
Jimena toma el papel de novia mosqueada. Ella, sin mirarte, resopla y, aunque
niega con la cabeza, sabes que miente, y que no va a ser tan fácil enterarte de
lo que ocurre.
El
camarero, muy educadamente, os pregunta si habéis terminado y asentís y recoge
los platos vacíos y los cubiertos y luego os trae la carta de postres junto con
un pequeño cenicero porque ha observado que sacabas un cigarrillo y lo
colocabas en tu boca, sin encenderlo. No has fumado antes porque, aunque has
buscado algún cartel que prohibiera o permitiese fumar, no estabas seguro de
poder hacerlo. Pero cuando el camarero ha llegado con el cenicero has tardado
escasos segundos en acercar la pequeña vela violeta que ha permanecido
encendida durante toda la cena en el centro de la mesa y has encendido tu
cigarro. Has introducido el humo en tus pulmones con una generosa calada y
luego lo has soltado lentamente, relajado, disfrutando del momento, que ha sido
uno de los mejores de la noche.
Seguís
en silencio y miras la carta de los postres sin prestar demasiada atención al
contenido porque piensas que eso excusa que estéis callados. Pero no te apetece
comer más y, cuando el camarero se acerca a tomaros nota, te pides un JB con
hielo. Jimena te atraviesa con la mirada y luego pide una tarta helada de queso
y frambuesas.
Notas
que tu teléfono móvil vibra en el bolsillo del pantalón de tu traje y lo sacas
y echas un vistazo rápido. Es Ángel, y no crees que sea acertado contestar a la
llamada, así que cuelgas y depositas el teléfono en un lado de la mesa. Como
intentando alejarlo de ti. Jimena, que ha visto lo que acabas de hacer, te
dice:
-Podría
ser algo importante, ¿no?
Has
observado que Jimena ha bajado la guardia y lo aprovechas.
-No hay nada más importante que
cenar contigo –dices y te sientes un tanto calzonazos. Sabes que lo podrías
haber hecho mejor pero te ha podido la presión.
Te has fijado
en Jimena para analizar su expresión. Pero simplemente ha apartado la mirada y
ha cogido un cigarro de tu paquete. Luego le has acercado la vela y lo ha
encendido. Te ha dicho gracias, pero no has notado nada. Piensas que la
oportunidad aún no se ha pasado y lo vuelves a intentar.
-Te
noto rara –dices-, puedes contarme lo que te pasa.
Ella
te mira y luego juguetea con la servilleta. Resopla. Tú traqueteas con los
dedos sobre la mesa. Puede que haya sido improductivo tu intento por sonsacar a
Jimena qué diablos le pasa y te echas para atrás en la silla al percibir que el
camarero se acerca a vuestra mesa y deposita frente a Jimena su tarta helada y
luego te sirve el whisky.
El
teléfono móvil vuelve a bailar sobre la mesa. Lo miras y es Ángel otra vez. De
nuevo lo cuelgas, pero tras unos segundos vuelve a vibrar. Apagas el cigarro y
colocas el cenicero sobre el teléfono móvil para ocultarlo. Pero el teléfono
comienza a vibrar por enésima vez y dibuja círculos sobre la mesa con el
cenicero encima. La escena saca una pequeña sonrisa a Jimena que cuando nota
que la miras vuelve a ponerse seria y expulsa el humo entre sus labios
sensualmente. No coquetea contigo, simplemente es su forma de hacer las cosas,
siempre tan sexy y dulce.
-Cógelo,
anda –te dice.
Carraspeas
y agarras el móvil. Pides perdón y sales hacia uno de los pasillos del
restaurante. Contestas a Ángel.
-Ángel,
no puedo atenderte, estoy cenando con Jimena y… sí, no se me ha olvidado… no,
es simplemente que a Jimena le pasa algo y nos has pillado justo cuando lo
estábamos arreglando –te aclaras la garganta y te pones algo nervioso-. Sí,
mañana cogeré el taxi a las siete y llegaré a tiempo al aeropuerto, no te
preocupes… sí, todo está bien, minucias, ya sabes… no, no te preocupes, mañana
allí estaré… descuida… lo tengo apuntado en la Blackberry… no te
preocupes… sí, sí… claro… descuida. Adiós. Adiós.
Y
cuelgas y te acercas a la mesa con paso rápido porque por un momento se te ha
pasado por la cabeza que Jimena tal vez podría haberse marchado. Pero cuando
estás cerca de la mesa ves que Jimena sigue ahí y que aún no ha tocado su
tarta. Piensas que es un bonito detalle que te haya esperado y te sientas
intentado no arrastrar la silla y sonríes.
-Perdona.
Ya no nos molestarán más.
+++
Pagas la cuenta y te dispones a
terminar tu copa, pero luego crees que no es muy acertado y tan sólo te mojas
los labios.
En
la calle refresca y decides poner tu chaqueta sobre los hombros de Jimena para
abrigarla. Ella acepta tu detalle pero no expresa ningún signo de gratitud. Te
sientes derrotado pero, qué demonios.
-¿Te
apetece, no sé, ir al cine, por ejemplo?
-No.
Estoy muy cansada. Quiero irme a casa.
Te
das por vencido y levantas una mano para llamar a un taxi.
+++
Tu casa huele muy bien. La
decoración es fruto del trabajo de Jimena. Hizo un buen trabajo, piensas.
Sueltas las llaves en el aparador y despojas de tu chaqueta a Jimena que se va directamente al cuarto de
baño. Te sientas en el sofá y aflojas el nudo de tu corbata. Enciendes la tele
y dejas una reposición de un capítulo de Los problemas crecen. No tienes
nada de sueño aunque hoy ha sido un día duro en la oficina. Descansas los pies
sobre la mesita y enciendes un cigarrillo.
Sobre
la mesita hay una revista del corazón con un reportaje de las mascotas de los
famosos. LOS MEJORES AMIGOS DE LOS FAMOSOS, se titula el reportaje. Quizás
deberías comprarte un perro. O un gato, tal vez. No habías caído en la cuenta
pero te sientes muy solo. Es uno de esos días en los que nadie te ha dicho nada
realmente importante, ni se han preocupado por preguntarte qué tal estás. Tú se
lo has preguntado a dos o tres compañeros de la oficina, pero ellos no se han
molestado en preguntarte a ti. El tipo del taxi te ha cobrado dos pavos de más
y tú no se lo has recriminado. Te has callado. No has tenido una conversación
seria en todo el día. ¿Cuánto tiempo hace que no te ríes a carcajadas? ¿Cuánto
tiempo llevas sin hablar con nadie a no ser que sean cosas del trabajo? Quizás
seas adicto al trabajo. Pero en realidad sabes que no, que odias tu oficina y a
tus compañeros. Y también sabes que has hecho muchos esfuerzos por que eso no
fuese así. Pero es que estás rodeado de gilipollas. O tal vez seas tú el mayor
gilipollas de todos. Mírate. En realidad no tienes nada. Te gustaría que Jimena
se acercase al sillón con una botella de vino y dos copas vacías y se sentara a
tu lado y os pasaseis la noche entera hablando. Riendo. Contándoos vuestras
cosas. Hubo un tiempo que fue así. Y se supone que no eran los mejores tiempos.
Pero a ti te gustaban. Eras feliz, o todo lo feliz que puede llegar a ser una
persona como tú. También cabe la posibilidad de que no seas capaz de valorar lo
que tienes. Quizás sea eso.