-¿Seguro que no eres marica?
Estoy sentado en el pequeño sillón que hay al lado de la
cama, con solo una camisa de casi mil pavos y con la polla tan flácida que no parece
ni una polla.
-No. No
es eso –le contesto a la chica que ha empezado a vestirse después de que mi
miembro no haya podido meterse en su agujerito.
-Hay
hombres que descubren que le van otros hombres a tu edad –dice ella mientras abrocha
su sujetador por la espalda. La luna está tan llena que la luz que entra por la
ventana es más que suficiente.
-Ya te
he dicho que no soy marica –digo, aún sentado y con la picha muerta. Enciendo un
pitillo y pongo un disco de Transvision Vamp en mi iPhone-. Además –sigo-,
no sabes ni la edad que tengo.
-¿50?
¿60?
-Serás
hija de… -le lanzo el cigarro a la cara y ella lo aparta de un manotazo y me
llama cabrón-. Solo tengo cuarenta y tres.
-Pues
aparenta más. Solo hay que verte –y señala con la mirada mi triste aparato.
-Me he
corrido muchas juergas cuando era joven, cariño.
-Me
hubiera gustado conocerte en aquella época. Tienes pinta de haber sido un tipo
atractivo –y se sienta en la cama, junto al sofá donde estoy yo y empieza a
acariciármela-. Y seguro que esto te funcionaba.
-No te
hubiera gustado –digo-, era un tío muy loco.
-Me
gustan los locos que no piensan en el mañana.
-Si
quizás hubiese pensado en este mañana –señalo mi polla-, no hubiera
cometido algunos excesos.
-¿Qué
tipo de excesos? –quizás esté consiguiendo ponérmela dura.
-Meterme
kilos de cocaína cada noche en los servicios del Neón Club, por ejemplo.
-¿El Neón Club? –me pregunta, a la vez que me masturba con fuerza-. Allí trabajó
mi hermana mayor.
-Quizás
la conozca.
-Se llama
Nora.
-Conozco
a Nora –digo y creo que me voy a correr.
Me corro.
Ella va
al cuarto de baño y luego sale y se desnuda.
-¿No
querrás follar ahora? –pregunto-. Estoy agotado.
-No –responde
y se desnuda por completo. Y luego se sienta en mis piernas y nos hace una foto.
-¿Vas a
chantajearme, putita?
-No. Voy
a colgarla en Instagram.
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