Desde la carretera por la que viajamos Cris y yo divisamos una
cordillera montañosa cubierta de nieve y desdibujada por un gaseoso manto de
niebla. El cielo blanco y los cipreses firmes, vigilantes. La radio imposible
de sintonizar, así que Massive Attack repiten una y otra vez las mismas
canciones hasta que nos adentramos en el bosque por un camino zigzagueante y prácticamente
intransitable.
Entramos
en la casa, maletas en mano, y un olor acogedor nos recibe. Mientras
dejamos las cosas sobre una alfombra gruesa y peluda, busco los interruptores
de la luz. La madera cruje bajo mis pasos. Cris recorre las cortinas y la luz
blanca del invierno ilumina la casa. Se queda
mirando al exterior. Hay un nido de pájaro bajo el canalón, me dice. Me acerco
y la abrazo por detrás mientras observamos el paisaje. Un manto de nieve blanca
posado sobre los árboles y la hierba cristalizada. Voy a encender la chimenea,
digo. Nos besamos.
Hay un
aparato viejo de tocadiscos y le digo a Cris que podríamos haber traído algún
disco. Luego ella conecta su iPhone a los altavoces y vuelve a poner canciones
de Massive Attack. Podrías preparar un par de copas mientras preparamos
la cena, me dice. El calor de la chimenea ha caldeado la casa.
Mientras
Cris ultima los detalles, yo subo y me doy una ducha para despejarme. En el
cuarto de baño hay una ventanita pequeña que da a la parte de atrás de la casa.
Los cipreses irguiéndose hasta el final de la vista y los pájaros huyen del
frío a resguardarse entre las ramas. Un cervatillo se acerca hasta el camino de
la casa. Luego mueve una oreja en dirección a algo que ha escuchado y sale
corriendo, perdiéndose entre la maleza. Estoy desnudo y sufro una erección. Limpio
la humedad del espejo con la mano para poder afeitarme. Abajo, Cris canturrea y
oigo el sonido de los platos y los vasos y un montón de nieve cae desde el
tejado, precipitándose al vació. Luego, en nuestro dormitorio, que huele a
madera y hace frío, piso la alfombra blanda y suave mientras busco en la maleta,
que está sobre la cama, unos calcetines y veo que Cris ha traído la foto de Tim
y me entristezco porque dijo que no la traería y luego pienso en lo cariñosa
que era Cris justo antes de la muerte de Tim y de lo mucho que sonreía cuando
jugábamos con la nieve y todos los planes que se truncaron en aquel hospital
hace ya un año y un día. Me masturbo y bajo al salón en tejanos y con un
jersey navideño con un muñeco de nieve gigante.
La sopa estaba demasiado aguada para mi gusto pero el
redondo de ternera le ha salido maravillosamente a Cris, en su punto. Tus canapés de
salmón tampoco estaban mal, me dice sirviendo otro par de copas de vino. Nos hemos
quedado cortos de vino, apunta, apurando la última gota. En la planta de abajo
hay una bodega y tiene buena pinta, digo yo. Genial, dice ella.
El sol
ha caído, o eso creemos porque no lo hemos visto en todo el día; tan solo su luz,
el rastro de un dios escondido tras las montañas. Yo echo más leña a la
chimenea y hemos acercado un par de butacas para sentarnos al calor. La luz
anaranjada del fuego nos crea una sensación agradable y de serenidad. Me fijo
en que la casa entera está decorada con adornos navideños cubiertos de polvo. Es
tétrico a la vez que acogedor, dice Cris. Luego su mirada se pierde en un punto
abstracto de la pared. Los ojos abiertos como perdidos en el infinito,
alejándose cada vez más y más de la realidad otra vez. Una lágrima cae por su
mejilla. Ahora podríamos estar aquí los tres, dice, y seríamos felices. Poco a
poco volveremos a serlo, digo yo, rozándola con miedo la rodilla con la punta
de mis dedos. No te engañes, me dice, nunca volverá a ser como antes. Sigo acariciando
su pierna para sentirla a mi lado, para unirme a ella, para que nuestras
células se entrecrucen. Pero ella está fría, bebe de su copa y aparta la mirada
de la pared y se centra en el fuego. La casa es preciosa, digo para sacarla de
su embeleso. Ella asiente, iluminada por la luz tenebrosa de la chimenea.
Bajo a
la vetusta bodega a por otra botella de vino iluminado con la nimia luz del
mechero. Agarro una polvorienta botella y subo de nuevo al salón. Sigur Ros
cantando Starálfur inundan lánguidamente el salón y Cris baila
sinuosamente sobre la alfombra, a cámara lenta y con el pelo sobre la cara
mientras sujeta su copa vacía en una mano y tararea "el egoísmo y la maldad acabarán con este mundo...". Efectivamente está llorando y lleno
de vino su copa y me siento frente a ella en un sillón y bebo directamente de la botella.
Cris mira al techo, aunque tiene los ojos cerrados y las lágrimas resbalan por
su mejilla. Tras ella, la ventana oscura que da al exterior con los cristales
bordeados de humedad que es casi hielo. Unas bolas de navidad de un rojo pálido
colgando del marco acumulando polvo y la madera crujiendo como un león viejo y
derrotado. El salón solamente iluminado por el fuego parece moverse al ritmo de
las llamas. Las sombras danzando de un lado para el otro y Cris cayendo cada
vez más y más en su tristeza. La foto de nuestro hijo arrugada con pena en su
mano. El sillón donde estoy está cubierto por guirnaldas de Navidad. Cris se me
acerca para coger la botella de vino y rellena su copa. Luego cae derrotada
sobre la alfombra. La foto de Tim vuela hasta las tablas del suelo. Me levanto con
dificultad pasando por encima de Cris que está inconsciente, durmiendo. Agarro la
foto y me acerco a la chimenea sin un paso demasiado firme. Miro por última vez
la cara de mi hijo que sonríe ingenuamente a la cámara. Luego muerdo mi labio
inferior con tanta fuerza que la boca me sabe a sangre. Sangre mezclada con
vino y lágrimas. Y arrojo la foto al fuego que acaba con ella enseguida. Un humo
blanco, un débil humo blanco se retuerce en el aire y desaparece. El recuerdo
efímero de mi hijo. Me dejo caer de rodillas sobre el suelo y después arrojo mi
jersey del muñeco de nieve también a la chimenea. Esto revive el fuego y el
salón vuelve a iluminarse de un rojo intenso. La música ha acabado y una
corriente gélida proveniente de la parte alta de la chimenea agita los adornos
de Navidad y el polvo cae, como nieve triste pululando en el espacio exterior. Cae
el polvo sobre mí, sobre Cris, sobre la alfombra, la mesa, las sobras de la cena.
Todo se llena de polvo, todo envejeciendo. Todo callado. Todo dormido. Todo oscuro
y el polvo precipitándose suavemente sobre nosotros dos. Sobre el recuerdo. Sobre
nuestras lágrimas. El fuego vigoroso y el sonido de montones de nieve cayendo
del tejado. Feliz navidad, digo, cubierto de polvo. Feliz navidad, Cris, digo, cerrando los ojos. Feliz navidad, pequeño, digo. Feliz navidad a todos.
Muy conmovedor
ResponderEliminar