sábado, 13 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Desde la carretera por la que viajamos Cris y yo divisamos una cordillera montañosa cubierta de nieve y desdibujada por un gaseoso manto de niebla. El cielo blanco y los cipreses firmes, vigilantes. La radio imposible de sintonizar, así que Massive Attack repiten una y otra vez las mismas canciones hasta que nos adentramos en el bosque por un camino zigzagueante y prácticamente intransitable.
                Entramos en la casa, maletas en mano, y un olor acogedor nos recibe. Mientras dejamos las cosas sobre una alfombra gruesa y peluda, busco los interruptores de la luz. La madera cruje bajo mis pasos. Cris recorre las cortinas y la luz blanca del invierno ilumina la casa.  Se queda mirando al exterior. Hay un nido de pájaro bajo el canalón, me dice. Me acerco y la abrazo por detrás mientras observamos el paisaje. Un manto de nieve blanca posado sobre los árboles y la hierba cristalizada. Voy a encender la chimenea, digo. Nos besamos.
                Hay un aparato viejo de tocadiscos y le digo a Cris que podríamos haber traído algún disco. Luego ella conecta su iPhone a los altavoces y vuelve a poner canciones de Massive Attack. Podrías preparar un par de copas mientras preparamos la cena, me dice. El calor de la chimenea ha caldeado la casa.
                Mientras Cris ultima los detalles, yo subo y me doy una ducha para despejarme. En el cuarto de baño hay una ventanita pequeña que da a la parte de atrás de la casa. Los cipreses irguiéndose hasta el final de la vista y los pájaros huyen del frío a resguardarse entre las ramas. Un cervatillo se acerca hasta el camino de la casa. Luego mueve una oreja en dirección a algo que ha escuchado y sale corriendo, perdiéndose entre la maleza. Estoy desnudo y sufro una erección. Limpio la humedad del espejo con la mano para poder afeitarme. Abajo, Cris canturrea y oigo el sonido de los platos y los vasos y un montón de nieve cae desde el tejado, precipitándose al vació. Luego, en nuestro dormitorio, que huele a madera y hace frío, piso la alfombra blanda y suave mientras busco en la maleta, que está sobre la cama, unos calcetines y veo que Cris ha traído la foto de Tim y me entristezco porque dijo que no la traería y luego pienso en lo cariñosa que era Cris justo antes de la muerte de Tim y de lo mucho que sonreía cuando jugábamos con la nieve y todos los planes que se truncaron en aquel hospital hace ya un año y un día. Me masturbo y bajo al salón en tejanos y con un jersey navideño con un muñeco de nieve gigante.

La sopa estaba demasiado aguada para mi gusto pero el redondo de ternera le ha salido maravillosamente a Cris, en su punto. Tus canapés de salmón tampoco estaban mal, me dice sirviendo otro par de copas de vino. Nos hemos quedado cortos de vino, apunta, apurando la última gota. En la planta de abajo hay una bodega y tiene buena pinta, digo yo. Genial, dice ella.
                El sol ha caído, o eso creemos porque no lo hemos visto en todo el día; tan solo su luz, el rastro de un dios escondido tras las montañas. Yo echo más leña a la chimenea y hemos acercado un par de butacas para sentarnos al calor. La luz anaranjada del fuego nos crea una sensación agradable y de serenidad. Me fijo en que la casa entera está decorada con adornos navideños cubiertos de polvo. Es tétrico a la vez que acogedor, dice Cris. Luego su mirada se pierde en un punto abstracto de la pared. Los ojos abiertos como perdidos en el infinito, alejándose cada vez más y más de la realidad otra vez. Una lágrima cae por su mejilla. Ahora podríamos estar aquí los tres, dice, y seríamos felices. Poco a poco volveremos a serlo, digo yo, rozándola con miedo la rodilla con la punta de mis dedos. No te engañes, me dice, nunca volverá a ser como antes. Sigo acariciando su pierna para sentirla a mi lado, para unirme a ella, para que nuestras células se entrecrucen. Pero ella está fría, bebe de su copa y aparta la mirada de la pared y se centra en el fuego. La casa es preciosa, digo para sacarla de su embeleso. Ella asiente, iluminada por la luz tenebrosa de la chimenea.

                Bajo a la vetusta bodega a por otra botella de vino iluminado con la nimia luz del mechero. Agarro una polvorienta botella y subo de nuevo al salón. Sigur Ros cantando Starálfur inundan lánguidamente el salón y Cris baila sinuosamente sobre la alfombra, a cámara lenta y con el pelo sobre la cara mientras sujeta su copa vacía en una mano y tararea "el egoísmo y la maldad acabarán con este mundo...". Efectivamente está llorando y lleno de vino su copa y me siento frente a ella en un sillón y bebo directamente de la botella. Cris mira al techo, aunque tiene los ojos cerrados y las lágrimas resbalan por su mejilla. Tras ella, la ventana oscura que da al exterior con los cristales bordeados de humedad que es casi hielo. Unas bolas de navidad de un rojo pálido colgando del marco acumulando polvo y la madera crujiendo como un león viejo y derrotado. El salón solamente iluminado por el fuego parece moverse al ritmo de las llamas. Las sombras danzando de un lado para el otro y Cris cayendo cada vez más y más en su tristeza. La foto de nuestro hijo arrugada con pena en su mano. El sillón donde estoy está cubierto por guirnaldas de Navidad. Cris se me acerca para coger la botella de vino y rellena su copa. Luego cae derrotada sobre la alfombra. La foto de Tim vuela hasta  las tablas del suelo. Me levanto con dificultad pasando por encima de Cris que está inconsciente, durmiendo. Agarro la foto y me acerco a la chimenea sin un paso demasiado firme. Miro por última vez la cara de mi hijo que sonríe ingenuamente a la cámara. Luego muerdo mi labio inferior con tanta fuerza que la boca me sabe a sangre. Sangre mezclada con vino y lágrimas. Y arrojo la foto al fuego que acaba con ella enseguida. Un humo blanco, un débil humo blanco se retuerce en el aire y desaparece. El recuerdo efímero de mi hijo. Me dejo caer de rodillas sobre el suelo y después arrojo mi jersey del muñeco de nieve también a la chimenea. Esto revive el fuego y el salón vuelve a iluminarse de un rojo intenso. La música ha acabado y una corriente gélida proveniente de la parte alta de la chimenea agita los adornos de Navidad y el polvo cae, como nieve triste pululando en el espacio exterior. Cae el polvo sobre mí, sobre Cris, sobre la alfombra, la mesa, las sobras de la cena. Todo se llena de polvo, todo envejeciendo. Todo callado. Todo dormido. Todo oscuro y el polvo precipitándose suavemente sobre nosotros dos. Sobre el recuerdo. Sobre nuestras lágrimas. El fuego vigoroso y el sonido de montones de nieve cayendo del tejado. Feliz navidad, digo, cubierto de polvo. Feliz navidad, Cris, digo, cerrando los ojos. Feliz navidad, pequeño, digo. Feliz navidad a todos. 

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