
Mi brazo colgaba hacia fuera por el borde de la bañera, como si fuese el de un muerto. Con la otra mano sujetaba el humeante y casi acabado cigarro. Tenía los ojos cerrados y disfrutaba de un más que merecido y relajante baño de espuma. Cuando Jimena apareció de repente, sin previo aviso, en el cuarto de baño, al mismo tiempo que abría la puerta, introduje el cigarro en el agua, hundiéndolo sin percatarme del error que estaba cometiendo.